Érase una vez




Érase una vez, una vez más, contamos la misma historia de siempre: había una vez un viejo reino en que habitaba una hermosa princesa que sola se sentía, pero ello iba a cambiar pues un apuesto caballero con ella se casaría… Había una vez un capitán que iría al fin del mundo por encontrar la mujer de la que había caído enamorado… Había una vez un mundo completamente diferente al nuestro donde hadas y brujas habitaban y siempre en guerra se encontraban, y solo un bando conseguiría la victoria… Había una vez una lucha, la Luz contra la Oscuridad, y, como siempre, la Luz ganó…


Podríamos recitar los mismo cuentos de siempre casi de memoria, pero aún disfrutamos cuando, sentados cerca de la chimenea en los días muy fríos, escuchamos un bello cuento cuyo final ya conocemos. ¿Cuántas veces hemos pedido a nuestros padres que “nos lean otro cuento, por favor”?


Los cuentos, esas historias que tienen algo mágico que no llegamos a comprender totalmente más que en el momento en que somos niños y podemos ver con el corazón; cuando comprendemos cosas que los adultos no podrían, o que les costaría más. Nos divertíamos con cosas tan simples...

Cuando crecemos, pedimos cosas más serias, más complicadas de comprender, para resolverlas, para desafiarnos y probarnos. Encontramos otros tipos de libros: ciencia ficción, misterio, asesinatos, novelas históricas, libros sobre cómo llevar una vida sana…; parece que las historias de siempre ya nos aburren.


Sin embargo, a veces, nos encontramos con esos cuentos mágicos de nuestra infancia y los leemos. Tal vez sea para reencontrarnos cuando ya nos hemos perdido en la vida. Entonces nos acordamos de ese niño que fuimos una vez. Reencontramos la Luz de nuestros caminos y tomamos una vez más la fuerza de voluntad necesaria para alcanzar nuestros objetivos.
Si estamos tan deprimidos, tan decaídos, si no sabemos qué camino escoger, si solo podemos ver todo en negro, entonces nos olvidamos de todo lo que somos, de nuestro “yo”. Estamos perdidos en la vida, sin saber dónde ir, qué hacer, cuál es nuestro lugar en este puzle del que formamos parte…


Necesitamos algo que nos ayude a recordarnos quién fuimos una vez: una palabra o una carta, una fotografía, un libro. Una historia. Aunque no cualquier historia nos sirve, sino solo aquella que nos sabemos de memoria: la nuestra.


Releyendo los libros nos acordamos de nuestro “yo”; después, ello nos hace abrir la caja de nuestros recuerdos: abrimos el álbum de fotos y las repasamos con la mirada; a continuación, abrimos otra caja y descubrimos los diarios que escribimos, junto con los dibujos que hicimos; las cartas que recibimos. Cada cosa nos lleva a otra y así avanzamos capítulo por capítulo, cuento por cuento… Y así nos acordamos, una vez más, de nuestro “yo”.


Volvemos a levantarnos con la fuerza y la voluntad de luchar por todo aquello en que creemos; para hacernos un sitio en ese puzle, y no uno cerca del borde sino en el interior, donde se encuentran las piezas más importantes.


Retomamos nuestro camino con confianza en nosotros mismos: no dejaremos que nadie nos haga caer una vez más; y aunque pasara, nos levantaríamos una vez más para luchar, hasta el fin de nuestra vida si necesario fuera, por conseguir nuestras metas.


Debemos confiar en nosotros, en lo que somos, en nuestras ideas y pensamientos. Si nos dejamos vencer, perderemos nuestra batalla, y solo podremos esperar que otra generación, más luchadora, consiga los objetivos que una vez nos propusimos, e incluso podrán mejorarlos, pues en ella se encuentra la esperanza del cambio, un cambio que llegará mañana.


Hablamos de la esperanza del día de mañana, la esperanza de saber que podemos encontrar los pequeños detalles de la vida capaces de cambiar el futuro, pues incluso las cosas más pequeñas e insignificantes que podamos ver ahora no lo serán en un futuro, al contrario: serán mucho más importantes de lo que creemos: en ellas se encontrará la diferencia de los hechos que se vayan sucediendo al día así como de la manera en que lo hagan; de comenzar un nuevo camino e incluso de cambiar la historia al tomar un nuevo rumbo.


Tenemos muchas oportunidades de verlas y tomarlas en nuestro día a día, oportunidades que no vemos, mas que ahí están: listas a ser aprovechadas por alguien. Por ello, debemos estar muy atentos a todo cuanto nos rodea, para sí identificarlas y utilizarlas. Debemos abrir nuestros ojos y nuestros corazones, ya que, como bien sabemos, “No se ve bien más que con el corazón: lo esencial es invisible para los ojos”. Sin embargo, necesitamos de ambas para conseguir ver los pequeños detalles que nos permitirán cambiar el rumbo del camino.


Con los ojos podemos ver la realidad: la gente, las calles, el cielo… Con el corazón vemos los sentimientos y las emociones que también percibimos en nuestro interior: el amor, la alegría, la tristeza, el orgullo, la depresión… Ahora juntemos los dos y así podremos encontrar las oportunidades de las que hemos hablado. Hemos de aprender a ver con ambos, ojos y corazón, para así conseguir las oportunidades que hablan de la esperanza de cambiar el mundo y que se encuentran a nuestro alrededor en forma de pequeños detalles.


No cerráis los ojos, no escondáis vuestras manos, no finjáis no escuchar nada; sentid el mundo que os pide ayuda, que grita y que se alegra y llora. No cerráis vuestros corazones ni vuestros ojos y yo no cerraré los míos, así lo juro.


Espero que, algún día, el mensaje llegue a alguna parte del mundo y sea leído por una persona, y que esta lo comprenda y comience a abrir su corazón y sus ojos, y empezará, por tanto, el cambio del mundo.  Espero que esta persona no tire la carta, sino que la lleve consigo, en su corazón y memoria para siempre. Espero que esta persona les muestre la carta a otras y que así comience una larga cadena sin final, que tendrá la esperanza del día de mañana.


Espero que una persona llegue a saber que ella sola puede hacer grandes cosas, y que, con la ayuda de otras, podrá llegar a cambiar el mundo, si así se lo propone y sabe levantarse después de cada caída.


Mas ahora no puedo hacer nada más que esperar, esperar con la esperanza de que alguien se dé cuenta de ello si encuentra esta carta y la lee - aquí, en esta prisión de barrotes de mentiras, maldad, crueldad, injusticia.


Sé que llegará un día en que las personas abrirán sus ojos y sus corazones y verán con ambos y he ahí que el cambio habrá comenzado.


Érase una vez en que yo veía mis álbumes de fotografía, en que yo leía mis antiguos diarios y repasaba los dibujos que había hecho… Y reí. Y me acordé de mi “yo”, y conseguí mi poder y mi fuerza y un lugar en el puzle, aunque no aún muy reconocido. Recuerdo que salí a la calle para comenzar la cadena, pero me pararon y me encerraron en esta prisión…


Pero jamás perdí la esperanza.


Un día encontré pluma y papel y comencé a escribir. Ahora la envío junto con mi esperanza, para que algún día sea encontrada y esa persona me libere y pueda unirme a la cadena que ya habrá empezado.


Cada día cierro los ojos y me permito unos minutos para recordarme, para buscar de  nuevo mi poder y mi fuerza, mi “yo”, y así evitar olvidarme de mí misma. De este modo, cuando vuelva, conservaré la fuerza para luchar y transmitirla a todas aquellas personas que no se han olvidado del suyo y necesitan un empujón para recordarlo.


Érase una vez que una chica en un prisión de barrotes de crueldad, maldad, injusticia y mentiras envió un mensaje en una botella con el fin de que la persona que lo encontrase la liberase y comenzase, tras abrir sus ojos y su corazón, una larga e interminable cadena que cambiaría el rumbo de la historia… Pero, hasta que el mensaje fuera encontrado, solo podía esperar, con la esperanza de que en el día de mañana…


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