Viaje en tren

 Antes de empezar, buenas tardes.

Os comento. Estaba algo cansada de subir reflexiones, y seguro que vosotros de leerlas, así que voy a dejaros algo distinto. Veréis, el otro día cuando iba en el tren... Bueno, mejor lo leéis. 

Espero que os guste.



Si alguna vez se han preguntado: qué puede suceder en un segundo, en una hora, en dos horas, o en tres horas… Quédense a ver esta curiosa historia sobre cómo un viaje en tren puede llegar a ser de lo más entretenido.

 

Debemos situarnos en una estación de tren de una gran ciudad, la que ustedes quieran imaginarse, del lugar del mundo que más les guste y a la hora que más les convenga. Allí hay miles de personas, esperando el tren que, puntual, está a punto de salir hacia su destino, o aquellas que acaban de llegar y se apresuran a salir de la estación para continuar con sus quehaceres. Hay gente de todas las clases. Nos encontramos a esas personas vestidas con ropa casual y maletitas pequeñas que seguro irán a pasar el fin de semana fuera, o un par de días. También están los estudiantes que vuelven a sus casas por las fiestas o por un periodo más corto quizá, y que seguro llevarán consigo mucha ropa sucia para que sus padres la laven. También hay hombres vestidos con chaquetas y americanas, hablando por un móvil y con la vista en el periódico del día, eso sí, a través de su ordenador portátil. Las parejas de jóvenes, y no tan jóvenes, enamorados que van a realizar su primera u otra de sus escapadas a algún lugar. Los grupos de amigos no pueden faltar: esos que han preparado un viaje juntos en tren. Hay vendedores en puestos de comida, como de gofres o de bocadillos, algún que otro guardia de seguridad y los agentes del control de equipajes. El sitio está abarrotado. Se oye un pequeño murmuro que resuena en las paredes de esa preciosa estación. De vez en cuando, podemos escuchar el sonido de algún tren que llega o se va y, como no podía faltar, la voz que por la megafonía anuncia los trenes y sus horarios, así como otra información pertinente.

Dentro de todo este gentío hay una personita esperando en la cola para pasar el control de equipajes. Lleva una pequeña maleta de asas de piel oscura y marrón y viste de forma muy curiosa. Nadie repara en ella ya que todos van muy ensimismados en su propio mundo. Pero ella sí ve a los demás: mira a su alrededor, observando, midiendo, pensando, imaginando. Y es que es muy creativa.

Enseguida llega su turno en el control y lo pasa con aprobado alto. Luego busca su tren, la vía y allí se dirige. Hace algo de frío, la verdad. Y no puede apenas con la bolsa, pero ahí sigue andando y andando. Como siempre, el vagón está lleno de gente colocando su equipaje en los compartimentos. Así que, en un bonito hueco, pone la bolsa, no sin dificultades. Suspira, y se deja caer en el asiento. Cansancio, agotamiento, estrés… Eso es lo que siente. Así nos dicen los psicólogos que debemos poner nombre a las emociones que experimentamos. El tren saldrá en unos minutos. Los lugares empiezan a ocuparse por los distintos pasajeros. Hace calor: tienen la calefacción muy alta comparada con la temperatura en el exterior. Además, hay tres personas a su alrededor, sentadas entorno a una mesita de madera muy escueta. Tres desconocidos, cada uno en su mundo y en sus tareas.

Y el tren arranca.

Hay mucha indiferencia. Cada uno de los pasajeros hace una cosa distinta, tan ensimismados en lo suyo, tan solitarios que parecen. Y sus ojos vagan de uno a otro, observándolos, con minucioso cuidado, como Sherlock Holmes, casi. Claro, solo ve a las tres personas sentadas a su alrededor. La primera es un hombre, de unos cuarenta o cincuenta años. Delgado, casi calvo, quizá del estrés. Tiene el ceño constantemente fruncido. Cierra los ojos en ese conocido gesto que es el buscar la respuesta a algún problema o a alguna pregunta. Prácticamente, puede verse salir humo del cerebro, que parece que le cuesta arrancar en su tarea pensante. Tiene delante una libreta, en lo que el tren lleva recorrido, y es muy poquito, apenas minutos, el hombre ha escrito ya tres hojas, y sigue.

Al lado de él hay otro hombre, también calvo. Es más alto, lo ha visto cuando ha llegado y ha dejado su maleta en el compartimento superior. Viste algo más elegante, con camisa y zapatos de señor, y tiene colgado del cuello una identificación de algún congreso o feria, de vendedores, parece. Como podéis ver, se fija en todo. El pasajero número dos no para de hablar por teléfono. Ha recibido ya tres llamadas, va por la cuarta. Y está constantemente levantándose y sentándose en el asiento. También parece estresado, como un hombre de negocios. Habla rápido, con palabros como “inversión” o “prestamista”. Y hace muchos aspavientos con las manos.

Por último, a la derecha, sentada, viaja una mujer, quizá de unos treinta años, aunque es difícil determinar su edad. Y no, no está calva. Viaja con una pequeña maleta y un bolso, y nada parece preocuparle, como sí les sucede a los otros dos pasajeros. Así que hay poco que decir de ella.

Y estos no son los únicos pasajeros en los que se fija. Poco antes de que el tren saliera a su destino han entrado un hombre joven, menor de treinta, y una mujer, mayor que él, llevando consigo un trípode y más equipaje informático y fotográfico. Se han sentado justo detrás y enseguida han sacado sus portátiles de la marca iPhone y se han puesto a trabajar, hablando de grabaciones y demás historias.

Por supuesto, el vagón no está vacío, más bien está a rebosar de gente. Hay una familia con niños, con mucho equipaje, que ha entrado y se ha quedado con casi todo el espacio que había disponible en el compartimento correspondiente. Se oye a los niños desde el extremo del coche. Luego, un chico joven, de veinte algo años ha entrado, con una maleta pequeñita, y ha sacado una Tablet y se ha puesto a escribir; lo cual podría referirnos a un universitario que vuelve a su casa para pasar unos días.

Curioso es el hecho de que, además del pasajero número dos (el hombre calvo que ha ido al congreso o a la feria de vendedores), hay muchos más. Mujeres y hombres que parecen tener el teléfono pegado a la oreja, porque no paran de hablar.

La verdad es que es agobiante, entre el calor, la gente, la mascarilla (porque parece que seguimos en época de COVIS -y sí, lo escribo así-) … En fin, ya os podéis imaginar cómo de encantador es estar en ese vagón… y más aún lo será al cabo de cinco horas.

 

Pero nuestra persona protagonista los observa a todos con verdadero interés. Por delante quedan aún cinco horas de tren. Y quizá pongan alguna peli, para entretener, o un documental… Pero desde luego, esta gente que la rodea es mucho más divertida e interesante. Quién sabe cuántas historias pueden salir de este viaje, y no precisamente de las que suben a Instagram.


P.D.: Solo es el inicio, sigo trabajando en la historia... Y en otras cuatro.

TheWriter



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