La Flor de Azahar: Prólogo
Buenos días, tardes o noches, o todos los momentos intermedios.
Hoy os traigo algo que escribí hace más de 10 años. Lo he editado y creo que ha quedado bien. Espero sea el inicio de algo grande.
El Antiguo Reino de Leblanche
¿Alguna
vez habéis pensado cómo sería vivir en un lugar donde no ocurriese nada malo?
Salir a la calle y no oír gritos, insultos, violencia,… Nada. Una utopía,
quizá. Una quimera incluso. Pero una vez existió. Hace siglos que no se oye
hablar de ese sitio. Aparece en leyendas y cuentos de niños, pero fue tan real
como el sol que nos da luz.
Su
nombre era Leblanche.
Cuando
la tierra tenía otra forma, y las grandes ciudades aún eran pueblos, en el
Valle Aloí, formado por el constante curso del Río Cristal, en su margen
derecha, se extendía el reino blanco, al que llamaron Leblanche.
Un
reino incluso idílico en todos los aspectos. Primero, el clima tanto en la
colina como en el valle era muy agradable: podría decirse que nunca había
grandes nevadas ni días tan calurosos. Reinaba la eterna primavera, tal vez
debida a la juventud de las sonrisas de sus habitantes. Siempre brillaba el
sol, pero a veces llovía. Esa lluvia refrescante, y a veces incesante de
primavera, que regaba los campos. Por suerte nunca tuvieron riesgo en cuanto al
río. Nunca llovía tanto como para que eso pasara.
El
reino se distribuía por toda la colina y parte del valle, formando pueblos.
Eran siete en total: Latrosse, Edrat,
Blimnia, Amdrils, Castelblanc y Lac-Vert. En el punto más alto, se encontraba La
Ciudad -no como las de ahora, por supuesto-, la capital, en la que estaba el
palacio real. Una gran construcción de color blanco y formas circulares, nada
típica quizá del tiempo en que el resto del mundo se movía. Entorno a La Ciudad
se había construido la única muralla del reino de Leblanche. Quizá en otro
tiempo se sintieran lo suficientemente amenazados como para defenderse pues
llegó un momento en que nunca más tuvieron trifulcas con ningún otro reino o
estado. Casi a manera de otras murallas, había cuatro puertas, correspondientes
a cada uno de los puntos cardinales: Norte, Sur, Este y Oeste. Todas eran de
madera, pintadas de blanco, para no desentonar en la ciudad, y tan solo la del
Norte poseía una cerradura de plata, que tan solo se abriría con una llave pequeña
de platino.
Cada
pueblo tenía algo que lo hacía bello, diferente. Como, por ejemplo, Lac-Vert
recibía su nombre de un lago color turquesa, formado tras años y años de
acumulación de agua de lluvia. En Blimnia se decía que la gente tenía un don
para la escultura y así en cada una de las fachadas blancas de las casas
tallaban, en madera, algo referente a la naturaleza, como las ramas de una vid
que subían y se enroscaban en puertas y ventanas. Y en cuanto a La Ciudad,
bueno, era una verdadera obra de arte. Estaba adornada con toda clase de
arbustos y árboles, muchos de los cuales pertenecían a especies que ya no
existen… Las calles eran adoquinadas, con colores claros, primando el blanco
puro, del que también pintaban muchas casas. Aunque un material extraño, el
mármol era utilizado también en las construcciones, para adornar aquellas casas
más cercanas al Palacio Real. Y recibía el nombre de Roca Blanca, pues, si
tomamos la vista desde el punto más cercano al río Aloí, veremos una gran
colina coronada de blanco, como la nieve corona la montaña. Y hay que destacar
su gran cúpula de cristal (una gran obre de ingeniería para esos tiempo)
rematada con detalles dorados y plateados y acaba en un pico blanco; y sus
formas redondeadas, en contraste con los castillos y palacios en los que
primaban las rectas.
Con
una sola planta, el palacio real contaba con el edificio principal y dos áreas:
la que daba al Este y quedaba iluminada por el sol de la mañana; y aquella que
despedía a la estrella más cercana a la tarde, que daba al Oeste. En el ala
oeste se encontraban las habitaciones de la familia real y allegados, mientras
que en el Este dormían los criados y doncellas que trabajan allí. El edificio
principal, aquel que se encontraba bajo la gran cúpula, contaba con el comedor,
la enorme cocina, que dicen que no solo frecuentaban los criados sino la propia
familia real; una alberca interior cuyo suministro de agua procedía de un
conducto natural que conectaba con el río, lo que actualmente llamaríamos una
piscina interior, y una biblioteca. Y, por supuesto, un gran salón en cuyo
extremo final se alzaba un gran trono de plata. Sus paredes alternaban grandes
ventanales de cristal con unos muros blancos. Y, colgando del techo, instalaron
grandes cortinajes de seda platinada. Toda la estancia relucía las noches de
luna llena, cuando las cortinas se recogían y nuestro satélite pasaba por los
ventanales, reflejaba la luz de la noche.
La
biblioteca contenía todos los libros escritos hasta la época, tanto dentro como
fuera del reino. Algunos hablaban, incluso, de magia y religión; y otros, de la
creación de Leblanche, como Los Libros de los Sabios. Una gran colección
escrita durante todo el tiempo en que el reino se construía; su nacimiento, e
incluso se hablaba de su destrucción. En algunas estanterías habían traído los monarcas,
de sus viajes, todo tipo de objetos. Y, a diferencia de quizá otras zonas, la
madera usada en esta estancia era oscura, pues el conocimiento no era del
propio reino, sino de cualquiera.
Y
a todo esto… El Palacio Real posee un gran jardín, hermoso, bellísimo, que
siempre ha guardado un gran secreto pero pocos son los que han podido
conocerlo…
Como
veis, no seguía ninguno de los artes que por la época se darían… Época que
estaría inmersa en ese periodo que fue la Edad Media. En Leblanche tenían su propia
forma de construir y de hacer arte, así se viera reflejado sobre todo en La
Ciudad. Y, por desgracia, la herencia que poseemos es muy poca, apenas toda
destruida cuando el reino cayó.
Sus
habitantes eran bastante afortunados con respecto a la agricultura, de la que
vivían, pues el valle tenía unos terrenos muy fértiles que facilitaban la
plantación de todo tipo de cultivos. Latrosse era aquí una de las más
importantes, por su mayor cercanía al río, seguida de Edrat, que se encontraba,
un poco más abajo en el curso del río. Por otro lado, algunas familias, en
Blimnia o en Amdrils, solían criar cabras, o vacas, u otros animales de
granjas, siendo esta la actividad que había respecto a la ganadería. Y en
cuanto al comercio, digamos que La Ciudad era su sede. En los pueblos
vivían algunos mercaderes, pero también marineros que iban en los barcos que
salían del reino para comerciar en otros lugares. Y esos productos eran
fabricados en La Ciudad. Cierto que es que los liblianeses (gentilicio en
Leblanche, aunque en otras épocas del reino se usó más libliano y libliana)
preferían el trueque, pues conocían el poder que el dinero tenía sobre la
voluntad de los humanos, y cómo terminaba llevando a la codicia. Por tanto, en
una decisión casi unánime, decidieron usar solo el dinero para comerciar en
aquellas tierras donde fuera requerido. El dinero destinado a ello no
pertenecía a nadie en concreto y era gestionado por los gremios de
comerciantes, nunca tocado por la familia real. Curiosamente sabían cómo evitar
quedarse sin.
Usando
el río como vía de comunicación, que desembocaba en un estrecho mar, los
marineros y capitanes se embarcaban en viajes que solían durar unos seis meses,
por lo que dos veces al año el reino de Leblanche recibía nuevas mercancías.
Poca gente era la que quería embarcarse: es difícil salir de la burbuja de
protección sabiendo que fuera es muy probable que acabes mal…
El
puerto principal estaba situado en un punto intermedio entre Latrosse y Edrat,
aunque era este último el pueblo que hacía de capital de la pesca y los viajes
en barco. Allí había grandes naves
equipadas para navegar hasta otros puertos… y embarcaciones pequeñitas que
usaban aquellos que se dedicaban a la pesca, aunque con el río como única
fuente de peces, era poco diversa. Se apañaban con lo que podían obtener.
La
población vivía de todas estas actividades y de los productos que se obtenían
de ellas, repartiéndolos luego entre lo que se quedaban y lo que llevaban para
comerciar. Sin embargo, muchas personas, sobre todo en Blimnia, seguida de
Amdrils y Castelblanc, se dedicaban a la artesanía. Con muchas de las obras que
pintaron o esculpieron se decoraron las salas de Roca Blanca.
Y
en cuanto a la vida en el día a día de la población se podría decir que
Leblanche no había sido víctima de ninguna influencia de la vida en la Edad
Media, ya que no tenían ni moneda, ni había castas ni privilegios. Más bien se
parecía a la sociedad de las abejas o las hormigas: todas trabajando por el
único propósito de dar el granito de arena necesario para construir la
sociedad. Hablaban su propio idioma, el liblianés, cuyo origen ningún lingüista
ni filólogo ha conseguido descifrar. Cuando era hablado sonaba como si
constantemente estuvieran elogiándote: palabras suaves y dulces, musicales.
Todo era bello en el reino de Leblanche, sí. Y su familia real era amada y
honrada, nunca tratada con privilegios por su posición pues bien conocían que
ellos tan solo eran requeridos para ordenar las distintas áreas. Se reunía en
consejo el monarca con los representantes de cada gremio y de cada creencia.
Cuentan, en Los Libros de los Sabios, que hace años viajaron a una
tierra llamada Grecia, y allí descubrieron una forma de gobierno que les
pareció la adecuada. La implementaron a su manera y pareció funcionar. Siendo
su flor predilecta la de azahar, prueba de la gran cantidad de cítricos que hay
en sus campos, no es de extrañar que sea el símbolo del reino y aparezca en su
escudo.
Un
reino verdaderamente utópico: sin guerras, ni malicia, ni codicia, que
funcionaba a través de la confianza, del respeto y de la comunicación en la
sociedad… Muchos os preguntaréis ahora cómo un reino así pudo formarse, pero es
no es la historia que se cuenta, ya que el pasado pasó, pero el futuro aún está
por escribir, y eso es lo que se relata a continuación: la historia de la caída
de este esplendoroso reino.
Y hasta aquí llega el prólogo de una historia que empecé a escribir con 12 años y continúa.
Espero leer vuestras opiniones en comentarios.😊
The Writer
Un lugar idílico, veremos que le depara...
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