Ecoansiedad: esta casa es de todos
Buenas noches, caballitos de mar,
La ecoansiedad. Vamos a hablar de este nuevo término, que ni la RAE ha aceptado. Aún.
La ecoansiedad se define como la ansiedad que se produce por el cambio climático, es decir, el miedo a un futuro donde, a nivel mediambiental, sea más difícil vivir. De hecho, si buscáis por internet, veréis que el término aparece en noticias y páginas web como la de Iberdrola.
El caso es que no es tan descabellado. Sabemos que nuestro entorno afecta a nuestra salud mental. Podemos gestionarlo mejor o peor, pero es inevitable que sintamos miedo por lo desconocido que, en el caso de la Humanidad, se representa en el futuro. Además, le sumamos que la ansiedad aparece por este miedo al futuro, al descontrol; caracterizada por crear escenarios catastróficos en nuestra mente. Muchas veces a ello contribuyen las escalofriantes frases, imágenes o historias; las experiencias de otras personas que no son nada positivas. Pero ¿por qué tendría que pasarnos algo similar? Así es como, muy a grandes rasgos, se trata la ansiedad.
Sin embargo, hablamos de la ecoansiedad, de un miedo, quizá no tan irracional, a la crisis climática. Las consecuencias no dejan de salir por la televisión: sequía, incendios, cambios meteorológicos, disminución de la lluvia, pérdida de biodiversidad... ¿Estaría entonces justificada la ecoansiedad?
Conocemos que las consecuencias van desde la pérdida de biodiversidad, incendios hasta la subida del nivel medio del mar o, incluso, la reducción del oxígeno en el aire. Hablamos de, literalmente, recursos IMPRESCINDIBLES para la vida humana. Así que no es de extrañar que la ecoansiedad sea una realidad para mucho.
Y me incluyo en la lista. Donde vivo siempre se ha caracterizado por tener pocas lluvias, pero ahora apenas llueve, hemos alcanzado los 30 ºC en abril, cuando nunca antes había sucedido. No tenemos suficiente agua. Encima, los turistas solo hacen que infectar las playas y la naturaleza de la zona, no respetan (en su mayoría) el lugar al que van: los atrae lo que tanto España se ha molestado en patrocinar: sol y playa. Ni gracia me hace a mí tener 47 grados en verano y que vaya a más; o rozar los -1º en invierno. Cuando no estamos listos: las casas no están adaptadas a esas temperaturas, los cultivos tampoco. ¿Qué me diríais si os dijera que tendremos que olvidarnos de las naranjas de Valencia y los limones de Murcia? No es gracioso. ¿Es, por tanto, normal sentir ese miedo? Sí.
Ahora bien, ¿vamos a quedarnos ahí? ¿Vamos a aceptar que todo se va al garete? ¿Vamos a sentarnos a esperar a que un grupo de personas, con alta probabilidad de personalidad psicopática y narcisista, hagan algo?
Si no somos nosotros, los de abajo, aquí no se mueve nadie. Y ya no es necesario salir a manifestarse porque poco se consigue. Pero hay que hacer cosas.
Si queréis saber pequeños consejos que reducen vuestra huella de carbono, podéis revisar entradas anteriores. También subiré una nueva comentando todas las acciones que, actualmente, intento hacer, para, como ciudadana individual, que la Tierra no se vaya a la mierda.
Porque, os diré algo, la basura hay que sacarla. Y no podemos cruzarnos de brazos y cabrearnos porque un compañero de piso ha decidido no sacarla. Primero, porque al final la basura termina oliendo, y contaminando el ambiente. Segundo, porque entonces nos rebajamos a su nivel, y entonces sí que nadie hace nada.
Porque, queridos caballitos de mar, esta casa es de todos.
TheWriter
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