El efecto COVID-19: ¿Qué pasó con la contaminación aérea?
El día 7 de septiembre es El día Mundial del Aire Puro. En este día recordamos y reflexionamos acerca de la calidad del aire en nuestras ciudades, pueblos y demás lugares. ¿Somos verdaderamente conscientes de la calidad del aire donde vivimos? ¿Realmente conocemos las repercusiones de la contaminación aérea? ¿Cuál es nuestro poder de acción frente a ella?
Comencemos con un dato estremecedor: cada año, la OMS estima 7 millones de muertes por contaminación aérea, dividiéndose en 3.7 millones por contaminación externa y 4.3 por contaminación interna, es decir, en nuestras propias casas -polvo, gas, suciedad-. La OMS, en 2019, estimó que el 99% de la población mundial vive bajo malas condiciones de aire. Esto es un dato escalofriante que nos hace pensar sobre los efectos a largo plazo en nuestra salud. Lo curioso de esto es que ya sabemos algunas de las consecuencias (Fig.1): desde incrementos en las alergias, irritación de garganta u ojos a cáncer de pulmón, son algunas de las enfermedades de las que muchas personas seremos pasto en poco tiempo. Los investigadores Schraufnagel et al. llamaron a la contaminación aérea el asesino silencioso. Terrorífico, ¿verdad? Aún más terrorífico: no hay ninguna contaminación, por ínfima que sea, de ningún contaminante aéreo que no cause algún problema. Esto significa que la única concentración benigna, de cualquier contaminante, es 0.
La primera vez que la OMS habló de este problema fue en 2005.
El problema es que esto no termina aquí. La contaminación es más o menos grave según qué zonas, lo que tiene sentido. Como siempre, cuando hablamos de problemas medioambientales, hay que tener en cuenta el componente social. Curiosamente se ha encontrado que las personas que sufren una mayor exposición a la contaminación atmosférica son aquellas que viven en el centro de la ciudad, lo que normalmente coincide con barrios ricos. Eso hablando de los países ricos, porque, en el caso de los países pobres todas las personas, independientemente de donde vivan, están expuestas. En el primero de los casos, los gobiernos toman acciones y las personas exigen una mejor calidad del aire que respiran -uno de los ejemplos más claros es el caso de la UE. En cambio, en países pobres la gente no tiene tiempo, dinero ni conocimiento para tener esas preocupaciones. ¿Qué importan la concentración del CO2 si no puedo comer hoy?
¿Qué podemos hacer nosotros?
Bien, hablemos del efecto COVID-19.
En el año 2020 se inició un periodo de confinamiento intensivo que duró unos 4 meses. Durante ese tiempo las redes sociales se llenaron de vídeos en que se apreciaba una mejoría de la calidad del aire, agua y demás. Era increíble ver cómo, en cuestión de meses, la Tierra podía retomar las riendas y limpiar los ecosistemas. Sin humanos de por medio que lo alteraran, el planeta se reguló de nuevo, pudo respirar.
Se define contaminación como toda entrada -objeto, forma de energía acción- al ecosistema por parte del ser humano; esto es, todo lo que nosotros hagamos es contaminación. Una hoja que cae al agua, el polen o las malas hierbas no son contaminación, porque ya pertenecen a la naturaleza. Solo lo somos los humanos. El simple hecho de vivir, aun con lo mínimo necesario día a día, genera contaminación. Es imposible no contaminar. Escribir esto ya ha generado contaminación. Algo que aprendimos, o, al menos,
Por tanto, lo único que podemos hacer es, literalmente, dejar de existir. Eso fue lo que pasó en 2020. Los seres humanos desaparecimos durante meses y redujimos la contaminación a unos mínimos que no se habían visto para este siglo. Muchos estudios han demostrado ya las bajadas en las concentraciones de los contaminantes aéreos: se encontró una reducción global de entre el 20-40% del dióxido de nitrógeno; la Agencia Europea del Medioambiente estimó reducciones del 59% en Barcelona y del 47% en Madrid para el mismo contaminante. En otras comunidades como las Islas Canarias, era muy notorio, con hasta reducciones del 80% (Fig.2). Y solo fueron cuatro meses... Imaginaos si hubiéramos estado encerrados un año, quizá habríamos alcanzado concentraciones ínfimas, -70-80%.
La contaminación es un problema que hay que gestionar urgentemente. La evidencia que demuestra sus terribles consecuencias es suficiente para exigir más acciones a las instituciones públicas y privadas y para exigirnos ser más responsables, pues no es justo que las personas que más la sufren son aquellas que menos lo merecen, por nuestros caprichos.
TheWriter.
Los datos del COVID (y lo que vimos nosotr@s mism@s) despiertan en mí una especie de extraña añoranza hacia un mundo en el que nunca viviremos. Gracias por hacernos aprender nuevamente.
ResponderEliminarEsos días en que nadie saludaba dando dos besos, en los que la vida normal era no salir de casa... Qué tiempos esos, cuando la gente se lavaba las manos...
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